La perrita que se fue
“Respecto a los perros, nadie que no haya convivido con ellos conocerá nunca, a fondo, hasta dónde llegan las palabras generosidad, compañía y lealtad”. (Arturo Pérez-Reverte)
Por Gilberto Haaz Diez
La historia la conté varias veces. Dos perras, madre e hija, vivían en la calle, cerca de un contenedor de basura, donde allí se alimentaban con lo que podían y con algo que la gente les llevaba. Mi hija Ximena, que ama a los perros, una mañana las recogió y caminaron hacia la perrera municipal de Orizaba, donde los atienden bien, más que bien. Este relator de cosas andaba de viaje cuando, al regresar, me encontré con la novedad que tenía dos nuevas inquilinas. Mi hija fue por ellas a la perrera y las llevó a casa, donde tengo dos perreras vacías. Tenían un severo problema, la madre era ciega y nadie la quería adoptar, a la otra, la hija Bianca, a esa sí, y para no separarlas y sacrificar a la ciega, con su buen corazón mi hija las llevó a su nuevo hogar. La ciega se adaptó al instante, con el olfato y con la intuición de los ciegos sabía cómo entrar a su perrera y como salir a comer y como pasear por un espacio de jardín. Hasta que hace un mes, después de unos 5 años de allí vivir, se enfermó de gravedad. El veterinario dijo que había que inyectarla y dormirla para siempre, porque estaba sufriendo mucho. Le dije que aguantara, que le haríamos la lucha hasta el último suspiro. La medicamos y le daba a diario su pastilla para el dolor. Los perros no pueden hablar, pero si hablaran nos dirían me duele aquí o por acá. Son fieles y con la mirada siempre se comunican contigo, no solo moviendo la colita cuando les da alegría recibirte. No sé qué edad tendría, porque a los perros lo valoran en años por algo aritmético. El Google dice que un cachorro envejece 15 veces más que un humano. Y también, cuenta la leyenda de los Náhuatl y los Mayas, que el perro, al morir el dueño, te transporta al otro lado del cielo como guía de los espíritus de los muertos, a mi debe llevarme, cuando eso ocurra, al Valhalla, al salón de los caídos, porque debo tener alma de vikingo, eso creo. Era callejera por derecho propio, según la canción, pero vivió bien los últimos años de su vida y hoy ha dejado de sufrir, ya se quejaba mucho. Hacia el cielo y una mejor vida, la gran ciega. Bien lo dijo un poeta: “¿Crees que los perros irán al cielo? ¡Estarán ahí mucho antes que cualquiera de nosotros!”.
CORREO DE POZA RICA
Un lector, que pasó sus años mozos y no mozos por Poza Rica y esa zona, Joaquín Barragán León, me habló de la columna donde mencioné el pozo Faja de Oro, que vomitaba petróleo y riqueza, pero para los gringos. Me dio unos datos:
Asegura que cuando el Faja de Oro estaba en su apogeo, surgió la Ola Verde, el mejor basquetbol del mundo. Solo Jordan nos superó después, cuando se acabó el pozo.
Allí en Poza Rica, en esos tiempos, jugó el Santos con todo y Pelé.
También, en Poza Rica, saliendo del chalet restaurante de la plaza cívica, Mataron al güero Heriberto Kehoe, gran líder petrolero, competencia de la Quina Hernández Galicia. En aquellos tiempos la dirigencia la dirimían a tiros, como en la época de John Wayne. Herido también, Oscar Torres Pancardo, quien luego sería dirigente petrolero. En ese mismo sitio ejecutaron a quien mató al Güero, para que no se supiera nada. Como en todas las mafias.
Recordó cuando se cayó el avión con los periodistas, en el Cerro del Mesón o El Abuelo, en la gira del candidato a la presidencia, Luis Echeverría, solo se salvó Jesús Kramsky, porque iba en la cola del avión. Fallecieron 14 de esos periodistas.
De allí también es el Matador Luis Hernández, gran futbolista de la selección mexicana. Poza Rica y parte de su historia.
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