La Gran Carpa
ACERTIJOS por Gilberto Haaz Diez
Nadie sabe a ciencia cierta el por qué a los grandes escenarios de béisbol le llaman La Gran Carpa. Mas a los play offs o a la Serie Mundial, a la que también se le llamaba El Clásico de Octubre, porque la final llegaba en octubre, que de las lunas la de octubre es más hermosa, según cantaba Pedro Infante. La Gran Carpa asemeja al gran circo, a los actos circenses, que de allí debe venir algo. En frases beisboleras uno puede recoger algunas que son unas joyas. “90 pies entre el plato y la primera base es lo más cerca que ha estado el hombre de la perfección”, escribió Red Smith, primo de Kamalucas, un filósofo de mi pueblo que descansa en paz. Otra: “El béisbol es casi la única cosa ordenada en un mundo muy desordenado. Si tienes tres strikes, ni siquiera el mejor abogado puede sacarte de este lío”. Vamos, ni Reyes Peralta con todo y su equipo de juristas. Cuenta la historia que una vez Frank Sinatra estaba merodeando por Las Vegas, al pasar por uno de los casinos vio un letrero a la puerta. El Show de los Hermanos Castro, rezaba el anuncio, y el viejo Frank -que se dedicaba a cantar y a disfrutar los amores como el de Ava Gardner-, vio la hora y se metió a verlos. Creía, lo dijo después, que quizá era una réplica o parentela de los Hermanos Castro, los cubanos dictadores, Fidel y Raúl, que habían maltratado a la isla como pocos pero que, a la vez, la han preservado de drogas y secuestros y asaltos y crímenes y de descabezados, como ocurre en otros países que tienen mucha democracia, pero cargan ese flagelo, como el nuestro. Cuando Frank los vio le gustaron y al tiempo se hizo amigo de ellos. Frank tenía una frase muy suya: “Voy a vivir hasta que muera”. Pero andaba en el béisbol hablando de la Gran Carpa y las contrataciones de los cubanos. Su historia es como de telenovela. Alguna vez quien esto escribe, estando en La Habana, por su malecón vi a un equipo de una novena de béisbol practicando, el entrenador tenía a esos chiquillos de unos once años de edad, enseñándoles todo, cómo pegar a la pelota, cómo tocar, cómo meter el guante. Todo. Y entendí porque son grandes beisbolistas. México tiene en la gran carpa a Julio Urías, el pitcher que, alguna vez, alguien pensó sería otro Valenzuela, pero no se pudo, y un cubano que llegó, se naturalizó mexicano y allá anda causando sensación. Randy Arozarena. Nacido en 1995, el cubano que nació en Pinar del Rio y quiso ser mexicano, ahora engrandece el país y no hay político que no vaya a tomarse la foto con su clásica pose de los brazos cruzados, como cuando pega un jonrón. Como todo buen cubano, un día fastidiado de la pobreza y de ese régimen de terribles dictadores, se subió a una balsa y remando como pudo llegó a México. Jugó en México y los gringos lo descubrieron y se lo llevaron. Pidió solamente una condición, ir como mexicano-cubano, aquí tiene una hija nacida mexicana.
EL VIEJO Y EL MAR (PARTE DOS)
Las televisoras continuaron con la odisea del australiano, que no se lo devoró el mar. Luchó contra vientos y tempestades y logró vencer la adversidad. Pero al otro día brotó un personaje muy humano, el buque atunero que encontró a Tim es en realidad propiedad del español Antonio Guerra, que en una entrevista ha asegurado que “el señor estaba, obviamente, muy agradecido y muy contento”. Este español, dueño del barco atunero esperó al náufrago en el muelle y lo abrazó con cariño, como si fuera un familiar. Un español muy humano, dueño del Grupo Mar. Lo llevó a comer carne porque, dijo, ya de pescado estaba hasta el gorro. Fue entrevistado por Foro TV y se convirtió en un gran personaje, de esos españoles que han llegado a hacer la América y que con su trabajo engrandecen las relaciones México-España. Invitó a esa comida a todos los que rescataron al australiano y la cuenta fue de su bolsillo. Hombre humano. Debemos agradecer que todavía haya gente buena, son más los buenos que los malos y el español dejó una imagen de gente bien, de gente que tiende la mano a quienes la necesitan. Merece un aplauso. El australiano dice que volverá al mar, que es su vida, y entonces me acordé de aquel bello poema de otro español, Rafael Alberti: “El mar. La mar. El mar. ¡Sólo la mar! ¿Por qué me trajiste, padre, a la ciudad? ¿Por qué me desenterraste del mar?.
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