El insidioso síndrome del impostor


¿Qué característica común comparten los integrantes de los grupos minoritarios y las personas de alto desempeño? Que por extraño que parezca, en ambos subsiste la sensación de “no ser suficiente”. Esto se agudiza cuando tienen un ascenso laboral, es un temor infundado que los acompaña siempre.
Aunque algunos consideran que puede ser un eficaz antídoto contra la jactancia, no debe olvidarse que el miedo paraliza y es posible que se asuma una postura conservadora que no catapulte el rendimiento e innovación en la empresa.
Ahora, existe un episodio donde las dudas sobre sí mismo se recrudecen: cuando se les pide una opinión- Por breve que sea la intervención, el síndrome del impostor se apodera del profesionista y la ansiedad impide hablar convenientemente.
Ellen Taaffe, profesora y directora de programas de liderazgo femenino en la Kellogg School, comparte dos consejos para superar las inseguridades y actuar con decisión.
Eliminar el papel de observador. Las personas que muestran reticencia a compartir puntos de vista en los grupos de trabajo, a menudo se asume que no tienen nada que aportar. Paulatinamente se desdeña su participación. Pero, paradójicamente, los triunfadores también escatiman su participación porque requieren 100% de certezas antes de emitir un juicio o valoración. En ambos vasos, cuanto más se intervenga, más cómodo se sentirá la próxima vez.
Eliminar el lenguaje decreciente, aquel en el que nosotros desvalorizamos nuestras intervenciones. Pueden ser frases como “¿tiene esto algún sentido para ustedes?”. “Creo que…”, “es posible que esté equivocado pero…” y otros similares.
Existe un proceso para organizar una presentación de manera breve y que resulte atractiva. Es analizar qué es lo que se puede aportar a la audiencia. Las primeras palabras deben de reflejar tal valor. La manera más sencilla es enunciar: “Hoy les hablaré de tal cosa que les permitirá tal resultado”.
Otra manera ideal de inicial la intervención es platicar una anécdota relacionada con el tema a tratar. Huir de fórmulas tradicionales de romper el hielo como “estoy muy feliz de estar aquí”. Se debe decir algo que genere interés en la audiencia, lo que a ellos les importa, y nunca es cómo te sientes tú. Habla de ellos.
Anotar las ideas centrales que se quieren transmitir permite la coherencia, brevedad y lógica del mensaje. Cuando ya se clarificaron tales elementos, es posible idear alguna narrativa que vuelva más atractiva la exposición. Al inicio colocar los hallazgos más atractivos y reveladores y colocar al final detalles menores y fuentes.
Antes de hablar es necesario hacernos conscientes de la propia respiración. Es un vejo truco para serenarnos. Y hay una buena noticia, con la primera frase, al escuchar la propia voz, aparece una especie de sortilegio que nos induce a hablar más y concretar ideas.
Lo último es muy obvio: No se trata de hablar por hablar y llamar la atención. Es tener muy claro que lo que transmitiremos enriquecerá la percepción que los otros tienen sobre un tema. Es añadir soluciones, perspectivas e ideas.