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El gran “Golfo de América”

El gran “Golfo de América”

Desde el mismo instante en que Donald Trump asumió su segundo mandato , dejó claro que su prioridad sería cumplir las promesas de campaña que lo llevaron al poder, sin importar las consecuencias humanas, diplomáticas o económicas.

 

Sus políticas antiinmigrantes, su retórica racista y su obsesión con México no fueron meros discursos de plaza pública; fueron líneas de acción que, a lo largo de su mandato, se convirtieron en un asedio constante contra nuestro país y nuestra gente.

 

Trump no solo ha continuado la construcción del muro fronterizo, sino que también ha aplicado medidas draconianas como la separación de familias en la frontera y el infame programa “Remain in Mexico”, obligando a miles de migrantes a esperar en condiciones infrahumanas.

 

Pero lo más grave es que, a pesar de las advertencias y la oposición interna, el fantasma del trumpismo sigue afianzándose en la política estadounidense, amenazando con consolidar una era de endurecimiento sin precedentes para México. Y nuestro país, una vez más, está en la mira.

 

La relación entre Trump y el gobierno de México, primero con López y hoy con Claudia Sheinbaum, ha sido una extraña mezcla de sumisión y conveniencia.

 

En 2019, Trump amenazó con aranceles a las exportaciones mexicanas si el gobierno mexicano no detenía la migración centroamericana. La respuesta fue un despliegue de la Guardia Nacional en la frontera sur para hacer el trabajo sucio de la Patrulla Fronteriza estadounidense. Fue un sometimiento inédito que quedó registrado en la historia como una claudicación de la soberanía nacional ante la presión del imperio.

 

Pero el desdén de Trump por México no se detiene en la política migratoria. En un acto que roza el absurdo, el magnate decretó el cambio de nombre del Golfo de México, una ocurrencia digna de un emperador delirante. Es un gesto simbólico, pero no inocuo y refleja la visión de Trump sobre México: un país sometido, sin poder de respuesta, sin dignidad diplomática.

 

Curioso que Trump quiera cambiar el nombre del Golfo de México, cuando en realidad el verdadero golfo —en el sentido más peyorativo y carnal del término— ha sido él. No es México el que ha traficado con su dignidad a cambio de poder y dinero; es él quien ha prostituido su moral una y otra vez. Desde los escándalos con Stormy Daniels hasta los innumerables testimonios de acoso sexual en su contra, Trump no es solo un político con delirios autoritarios, sino también el gran golfo de América, dispuesto a venderse al mejor postor, ya sea el electorado radical, los lobbies empresariales o cualquier país que le rinda pleitesía.

 

Y mientras esto sucede, el gobierno de Sheinbaum parece más preocupado en consolidar su propio proyecto político, en darse cuenta del cochinero que le dejaron, que en defender los intereses nacionales.

 

A quienes culpan únicamente a Trump de las recientes afrentas contra México, convendría recordar que los errores de casa han abonado el terreno para nuestra vulnerabilidad.

 

Trump no fue quien invitó a los contingentes militares de China, Rusia, Venezuela, Cuba y Nicaragua a desfilar en la celebración de la Independencia mexicana en 2023, un mensaje que inevitablemente provocó fricciones con Estados Unidos.

 

Tampoco fue él quien liberó a Ovidio Guzmán en el infame Culiacanazo de 2019, decisión que mostró al mundo el sometimiento del Estado ante el crimen organizado.

 

Ni fue él quien propició el desmantelamiento de la colaboración con la DEA o quien estrechó lazos con gobiernos autoritarios que históricamente han sido adversarios de Washington.

 

Además, las decisiones económicas de la actual administración han debilitado aún más nuestra posición. La falta de inversión en sectores clave, la incertidumbre jurídica que ahuyenta a inversionistas y las disputas con empresas extranjeras han colocado a México en una posición de fragilidad.

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En 2023, la fuga de capitales alcanzó niveles preocupantes, y el crecimiento económico sigue rezagado. Mientras tanto, el crimen organizado sigue expandiendo su control territorial, desplazando comunidades enteras y generando crisis humanitarias que, inevitablemente, afectan la relación con Estados Unidos.

 

La situación de México no es producto de una sola figura política, sino de una concatenación de errores, claudicaciones y decisiones miopes que han dejado al país en una posición de extrema vulnerabilidad.

 

Trump solo hace lo que mejor sabe hacer: aprovecharse de la debilidad ajena. Y mientras en Washington se consolida su segundo mandato, en México seguimos divididos, enfrentados y gobernados por la inercia de un proyecto que, a pesar de su retórica nacionalista, ha hecho de nuestro país un pelele en el tablero global.

 

El futuro no es alentador. Si Trump completa su segundo mandato en 2029, México habrá enfrentado una tormenta perfecta: un vecino hostil con ánimos de venganza y un gobierno interno sin estrategia ni músculo para defender la soberanía nacional.

 

Los más afectados, como siempre, serán los más pobres, aquellos que con la esperanza rota cruzarán una frontera cada vez más impenetrable. Y cuando eso ocurra, tal vez comprendamos, demasiado tarde, que la historia no perdona la ingenuidad.

 

O como quien dice, disfruten lo votado.

Tiempo al tiempo.


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