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El genocidio en streaming

El genocidio en streaming

Cuando el horror se vuelve cotidiano, el lenguaje se quiebra. Las palabras “conflicto”, “operativo militar” o “defensa legítima” ya no alcanzan para describir lo que ocurre en Gaza.

Frente a nuestros ojos —en transmisión en tiempo real, con datos, imágenes y llantos— se comete un genocidio. No una guerra, sino la aniquilación sistemática de un pueblo.

Durante un año, Israel ha descargado sobre la Franja de Gaza un castigo sin medida. Las cifras ya no caben en la estadística: más de 167 mil muertos —según las fuentes locales— y una devastación que no deja lugar para la duda.

Detrás de cada cifra hay familias enteras borradas, ciudades arrasadas, hospitales que ya no existen, niños sin nombre ni tumba. Gaza ha sido convertida en un páramo por un Estado que se proclama víctima mientras ejerce, sin límite, el poder del verdugo.

Israel tiene derecho a existir, sí. Pero ningún derecho justifica el exterminio. El 7 de octubre de 2023, Hamas perpetró un ataque brutal contra civiles israelíes y tomó rehenes. Esa atrocidad, en cualquier Estado de derecho, debía ser respondida conforme a la ley y al principio de proporcionalidad.

Lo que siguió no fue justicia: fue venganza. Una venganza colectiva, planificada y sostenida por la maquinaria militar más poderosa del Medio Oriente, financiada y blindada diplomáticamente por Estados Unidos.

Mientras el mundo discute palabras, Gaza se muere. Se le ha negado el agua, el alimento, la electricidad. Se bombardean hospitales, escuelas, campamentos de refugiados. Se persigue a médicos y periodistas. Se castiga a toda una población por el crimen de haber nacido palestina.

No hay más que mirar las imágenes satelitales: más del 90 % de los edificios están destruidos. Ningún ejército puede alegar “errores” con semejante precisión en la devastación.

Casi 70 mil muertos, 20 mil de ellos niños, es una cifra escalofriante.

Donald Trump, desde su trono de candidato eterno, pretende ahora erigirse en artífice de la paz. Su “plan” para Gaza promete intercambios de rehenes y una reconstrucción bajo tutela norteamericana. En realidad, busca legitimar lo que ya es ocupación.

Propone, incluso, trasladar a los palestinos a otros países, una deportación masiva disfrazada de solución humanitaria. Es el viejo colonialismo con el rostro grotesco del siglo XXI: el conquistador que dice venir a pacificar mientras empuña el garrote.

Estados Unidos, que se presenta como mediador, es parte del crimen. Sus bombas, sus fondos, su veto sistemático en el Consejo de Seguridad de la ONU son el oxígeno de la matanza. Europa calla, avergonzada o cómplice. Y el resto del mundo, exhausto de su impotencia, se limita a emitir comunicados. No hay diplomacia posible cuando los cadáveres se amontonan a la vista de todos.

Y sin embargo, la guerra no es sólo entre Estados. En Gaza hay también voces que se rebelan contra Hamas, que denuncian su autoritarismo, que claman por una vida libre de fanatismo y muerte.

Ellas también mueren bajo las bombas israelíes. En Israel, unos pocos —cada vez menos— protestan contra su propio gobierno, contra la ceguera moral de Benjamin Netanyahu y su coalición ultraderechista. Esa disidencia interna es el último vestigio de humanidad en una sociedad que ha normalizado la masacre como estrategia política.

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Algunos sostienen que no debemos hablar de genocidio porque “no hay intención explícita de exterminio”. Pero el genocidio no siempre se grita: se ejecuta con burocrática frialdad, con decretos, bloqueos y bombardeos.

Se expresa en el hambre que mata lentamente, en el agua contaminada, en los cuerpos mutilados que nadie puede enterrar. Destruir las condiciones de vida de un grupo también es destruirlo. No hay otra palabra que lo describa mejor.

La historia no se escribe sólo con los hechos, sino con la mirada de quienes los contemplan. Hoy nadie puede decir que no sabía. Todo está documentado: minuto a minuto, imagen por imagen, tuit por tuit. La masacre se transmite en directo, sin censura. Lo que antes tardaba décadas en saberse hoy se sabe en segundos. Y aun así, los gobiernos callan, las instituciones se lavan las manos, los ciudadanos seguimos con la rutina intacta. Esa es la derrota moral de nuestra era: mirar el genocidio y no hacer nada.

En el futuro, cuando las ruinas de Gaza sean estudiadas como testimonio de la barbarie moderna, alguien leerá los comunicados de Naciones Unidas, los discursos de los líderes occidentales, las declaraciones ambiguas de quienes se negaron a nombrar el horror. Y comprenderá que la civilización no fue destruida por la bomba, sino por el silencio.

Decía Primo Levi que “sucedió, por tanto puede volver a suceder”. Lo terrible es que nunca dejó de suceder. Lo que ocurre hoy en Gaza es la repetición obscena del siglo XX, con toda la tecnología del XXI. Es Auschwitz con Wi-Fi, Sarajevo en streaming, Guernica multiplicado por mil.
No es guerra. Es genocidio.

Y cada día que pasa sin que el mundo lo detenga, somos un poco menos humanos.
Tiempo al tiempo.


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