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Desarraigar la ansiedad

Desarraigar la ansiedad

Desarraigar la ansiedad

El sonido desquiciante del propio corazón. Un galope atroz e interminable, la respiración agitada, sentidos en alerta permanente. Es ansiedad: Una de las 18 enfermedades mentales más acuciantes que padece el cuatro por ciento de la población mundial.

No tiene formas definidas. Suele evidenciarse con preocupaciones crónicas, miedos y fobias, “quedarse paralizado”, experimenta nerviosismo al hablar en público, presentar ataques de pánico o timidez

Puede sufrir agorafobia, obsesiones y compulsiones, trastornos de estrés postraumáticos, preocupaciones por el aspecto físico o hipocondría: la ansiedad tiene mil rostros.

Sin embargo, tiene como raíz común las creencias contraproducentes tanto individuales como interpersonales. Es decir, condiciones que atamos a nuestra propia felicidad y autoestima y esas que condicionan las relaciones con la otredad como pareja, amigos, familia, colegas…

Con la ansiedad se posterga felicidad, éxito, bienestar y todo lo que se tiene por bueno. Es caminar siempre en el dintel del acantilado.

Es deambular en la vida con la convicción de estar incompleto o roto, de no ser capaz o ser insuficiente, de abrigar permanentemente el sentido de no merecimiento o minusvalía. Por eso causa horror la reunión social y la interacción con otros. Subyace en la ansiedad el aniquilante síndrome del impostor y ese sentido de no ser o pertenecer se transmuta en el autosabotaje.

¿En qué momento o por qué nos volvimos nuestro propio enemigo?, ¿porque nos laceramos una y otra vez con pensamientos suicidas o nos infligimos reproches y castigos?, ¿cómo nos volvimos verdugos de nosotros mismos?

No vale la pena ahondar en ello. Es fijar la atención en cosas equivocadas. Conviene entonces detectar el proceso para salir de los pensamientos contraproducentes, huir de su anclaje a la preocupación y dolor. Buscar horizontes más promisorios y serenos.

Y cuando el mundo se derrumba y no se hallan respuestas, es posible escapar sólo si se realiza un análisis de costes-beneficios. Una creencia por perniciosa que sea no cambia, a menos que se descubra que los inconvenientes son mayores que las ventajas.

El proceso es laberíntico. Y muchas veces infundado e irracional. Conviene analizarlo, tal vez emergió por costumbre, inercia o familiaridad en el entorno.

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Después esa corrosiva idea la sustituiremos con otra que conserve las ventajas, pero elimine inconvenientes.  Tal vez convenga urgar en la caja inmensa de proverbios y credos heredados aquellos que aceptemos por historia o costumbre familiar pero que no nos orillen a expectativas falaces o auto desprecio.

Finalmente se vale experimentar una nueva realidad para detectar que la creencia malvada no tenía raíz de ser. Es necesario cambiar desde hoy nuestra historia y desestimar las ataduras a las pesadillas diurnas, a esos signos que nos fracturan o desvanecen la serenidad.

 

 


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