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Claudia, Clara y Rocío

Claudia, Clara y Rocío

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Hay una parte de la población en el país, hombres y mujeres, que no se acostumbran a la igualdad de género. A pesar de los avances en las leyes y las garantías puede hablarse en México de mujeres misóginas, sobre todo en la política.

Ante esta situación parecería que es el gobierno, empujado por la mayoría de la población, el que va a la vanguardia en este sentido y ha colocado en las tres elecciones más importantes de este año a mujeres. Todas ellas con antecedentes y logros que superan, con mucho, a los de la mayoría de los funcionarios públicos del pasado en todos los niveles de gobierno. Ya quisiera cualquier presidente de la república haber realizado las obras de cualquiera de ellas.

Las candidatas a la Presidencia de la República, a la Jefatura de gobierno no de la CDMX y a la gubernatura de Veracruz, tienen un trabajo como ninguna mexicana en la historia política del país, su trabajo las respalda ante contrincantes poco calificados, sin preparación, sin preocupación por la comunidad, sin vocación de servicio.

Claudia Sheinbaum, Clara Brugada y Rocío Nahle, son ejemplos de mujeres que pocos hombres superan. Eso es lo que les molesta: no son competitivos sólo improvisados que llenar el requisito burocrático para realizar un trámite definido desde meses atrás.

A pesar de la trayectoria, estas tres mujeres, de su trabajo, sus contrincantes buscan, hasta por debajo de las piedras, defectos como el lugar de nacimiento no sólo de ellas sino de sus padres y abuelos. Fantasiosas propiedades que las acusan de deshonestidad, corrupciones que no cometieron, accidentes que son propios de una gran ciudad, derrumbes de edificios por temblores, son parte de las responsabilidades que les endilgan a las candidatas desde la oposición, como la única arma para combatirlas.

Es decir, les exigen perfección. De no ser así, ahí está la guerra sucia para desprestigiarlas, aunque estén limpias. Se les acusa de lo que han hecho o dejado de hacer, cuando del otro lado, de los competidores no se han equivocado en nada porque nada han hecho.

Los contrincantes de estas tres mujeres están más cerca de la corrupción que del trabajo, de la cárcel que del triunfo electoral, de la delincuencia que la honestidad. Xóchitl Gálvez, Santiago Taboada y Pepe Yunes, tienen tras de sí una serie de acusaciones que deberían ser activadas por jueces imparciales y serios para que terminen los tres en la cárcel. Todos ellos tienen actos de corrupción que pueden comprobarse públicamente.

El nado sincronizado que empieza en las oficinas del PAN y termina en las mesas de redacción de los medios y se entregan resúmenes a columnistas, ante la carencia de propuestas tomaron forma de estrategia de campaña.

A todas se les acusa de lo mismo, en los mismos medios, con los mismos columnistas, con la misma saña, no hay disimulo y sí similitud hasta la obviedad que señala a un solo titiritero.

Se publican encuestas donde, en los tres casos, se haba de empate técnico, como si la gente careciera de inteligencia. Agrediendo el sentido común de la población la oposición se ha dado a la tarea de colocar en el frente de batalla datos demoscópicos a dos empresas prácticamente de su propiedad Massive Caller y México Elige, que son las únicas que violentan no sólo las metodologías sino que muestran similitudes en la manera de mostrar resultados erróneos y eso sin tomar en cuenta el porcentaje de rechazo que supera el 95 por ciento.

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Lo que debe preocuparles es que su candidata a la Presidencia se acerca cada día más al tercer lugar y nadie la detiene.

Son tiempos de campañas y consideran que en ellos todo se vale, la agresión, la violencia, la denostación, la ofensa, tiene al árbitro de su lado y les permite caminar impunemente por las rutas de una campaña donde a nadie convencen.

Se muestra el peor momento de la oposición con sus candidatos y candidatas, quienes fueron seleccionados según su necesidad de fuero y no la simpatía de la gente, proyectos, inteligencia o popularidad y esto lo arroja más aún en la derrota anticipada.

El éxito, si así puede llamársele, a su participación electoral, de la oposición radica en absorber la inconformidad, propia en toda democracia, pero no atrae por sus candidatos ni por sus frágiles propuestas.


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