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Caleidoscopios

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Caleidoscopios
Por Ivette Estrada

El anquilosado paradigma de “se casaron y vivieron felices para siempre” ya no existe. Es una entelequia que trataron de preservar por el bien de la propiedad privada. Pero hubo un momento en la historia en el que la familia tradicional ya no se restringió a la que conformaron padres e hijos, que hubo quien decidió que el matrimonio no era su propósito de vida…y a veces tener hijos tampoco.

Los matrimonios “para toda la vida” que nos endilgaron como paradigmas de felicidad ahora dan cabida a otras maneras de interacción y fundamento social.

Cada vez hay más madres que crían solas a sus hijos, padres solteros por doquier, niñas maravillosas que deciden vivir con alguien sin casarse, familias unipersonales, una comunidad LGBT+ que gana representatividad social, familia sin lazos consanguíneos…

A la par que se “desmoronan” partidos políticos e iglesias, emergen formas más libres de interacción con los otros. Hay una transfiguración del amor. De un acotado “deber ser” a un “querer”, estar y compartir mientras se consolida la renuencia a “tener que” tener una pareja y que ésta nos represente o valorice en el mundo.

Para quienes tenemos medio siglo de vida o más, esto no es fácil de aceptar. Nos acostumbraron, por ejemplo, a que una niña sólo abandona la casa, su hogar de siempre, con un vestido blanco o una mortaja. Pero no es así. Las alas de cada ser no se cortan, menos las de los seres que amamos: el regalo más prodigioso que podemos dar es la libertad.

La libertad no puede acotarse sólo a aprobar elecciones de ropa, estudios, lecturas…también implica las decisiones más trascendentales como con quién o como vivir… e incluso postergar el matrimonio, apartarlo para siempre u optar por la unión sin sacramentos ni contratos sociales.

Imponer un sistema de vida, sólo porque socialmente es lo apreciado, es arrancar las posibilidades de una vida, rehusarse a aceptar la unicidad que cada uno tenemos.

¡Y cuanto amor se necesita para aceptar que quien amamos no quiera seguir la senda de las mayorías, o lo que se considera emulable o digno!

Agradezco infinitamente que mis padres nunca me impusieran casarme y ni siquiera me hubieran insinuado tener un hijo. Me siento agradecida y feliz por el respeto que mostraron a mi vida. Tampoco me endilgaron labores forzadas a quien no tiene una familia propia, como ser la niñera de la familia o el comodín a las labores que los otros impongan, como comúnmente ocurre. Me dejaron ser y vivir lo que quise.

Y ese dejar ser a cada uno implica respetar decisiones y acciones, apoyar deseos, aceptar que nadie, nunca, seguirá el camino que nosotros queremos. No podemos imponer ni esperar a que otro realice lo que quisimos para nosotros, como actuar con anquilosados romances y reprobables cuentos de hadas como “la cenicienta” en la que un hombre es el salvador y ella la desvalida protagonista que conoce el mundo sólo a partir de él y por él.

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Aunque el modelo de matrimonio heterosexual está ahí, también existen nuevas formas de relacionarse y rescribir el concepto de amor. La única entelequia es asumir que la vida es complacer a “otros”, como una amorfa e insustancial opinión pública. Lo realmente valioso es rescribir nuevos modelos arraigados en el verdadero amor, respeto a la unicidad y el valor para tomar las propias riendas de la vida.

Y esto implica, necesariamente, dejar de ver a los otros como marionetas de nuestros deseos y anhelos y comenzar a percibir la grandeza en cada ser, sobre todo la de aquellos cercanos al corazón, cofre del inconsciente y único mapa de los caminos que seguiremos en nuestra vida.

 


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