Aquella mítica boda
De Julio Cortázar: “Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”.
Columna ACERTIJOS por Gilberto Haaz Diez
A simple vista era una boda muy singular. Un poco extraña. La historia los registró a cada uno como una estrella. Ella, era la mujer más sensual y más deseada del mundo, Marilyn Monroe. Él, Joe Di Maggio, el jugador de los Yankees de Nueva York, de raíces italianas. El rompe bardas. De los neoyorkinos Mulos de Manhattan. En aquel tiempo de 1954, después de una cita a ciegas, y decirse el sí ante el Juez de lo Civil, ese matrimonio al que llamaron de la década solo duró 9 meses, lo que dura un parto. Di Maggio paseaba su fama por los jardines centrales del mítico Yankee Stadium y bateando jonrones. Jugó 13 años ganando 9 temporadas para su equipo, un record insólito. Alguien escribió que “la cosa más fuerte que tiene el beisbol son sus ayeres”, y Derek Jetter, el short stop del legendario equipo, llegó a decir: “Supe que Joe DiMaggio dijo que él jugaba pensando que un niño por primera o por última vez estaba asistiendo al juego y que a ese niño debía lo mejor, y desde entonces hago lo mismo”. Ella, Marilyn, en la intimidad debió ser mujer alegre. Tiene poses y fotos inmortales, como aquella que el aire del metro revolotea su vestido blanco. Un día al físico Albert Einstein, le dijo: “¿No cree que deberíamos tener un hijo juntos para que tuviera mi físico y su inteligencia?”. Albert solo sonrió. Marilyn vivió por y para Hollywood. Decía de ello: “En Hollywood te pueden pagar 1.000 dólares por un beso, pero sólo 50 centavos por tu alma”. Su vida fue una tragedia, enredada con los dos Kennedy, unos toros de miura que embestían como buenos bostonianos; murió en circunstancias muy sospechosas. Aún a los 50 años de su muerte se duda de que haya sido una sobredosis de barbitúricos la causa. Morir a los 36 años es una tragedia, para ella lo fue. Pero estaba en su vida cuando fue feliz. El día que casó con el pelotero Di Maggio. Cuenta la historia que ella, de 28 años, luciendo como anillo de compromiso un diamante solitario de 3 quilates, prometió “amar, honrar y alimentar” pero no obedecer a Joe, de 39 años. Tú a tus batazos y yo a mi vida del cine, habrá dicho. Cuando salieron de luna de miel, por Japón, ella acaparó a 75 periodistas que la entrevistaban mientras Joe aguardaba solo en un rincón. Pero fue quizá el hombre que más la amó. Fue el único que se preocupó de su entierro y el hombre que nunca más se volvió a casar tras separarse de Marilyn. El jugador de béisbol visitó su tumba tres veces por semana hasta el día de su muerte. Hablé del tema porque, perdida por allí, en un diario que juzgaba los vestidos de novias, vi a la Marilyn el día que casó con DiMaggio. Los cronistas de sociales de aquella época neoyorkina, la describen: ‘sencillo y sobrio conjunto de falda lápiz marrón oscuro con cuello en tonos marfil, unos peep-toes a juego, y un delicado bouquet de flores fue todo lo que necesitó para casarse con el legendario jugador del béisbol Joe DiMaggio, sin perder un ápice del glamour que la convirtió en todo un icono de la gran pantalla’. Yo veo más. A un reportero con libreta en mano abriendo una de las puertas. Otro abre la otra ala. Marilyn sonríe. La fama ya la perseguía. Escasos seis invitados dentro. Pocos se enteraron de la boda. Foto que registró la historia cuando los años 50s eran otros, y cuando el destino unió a esta pareja por solo nueve meses.