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“Adiós” y las falacias del siempre

“Adiós” y las falacias del siempre

En sociedades banales, superficiales e instantáneas, paradójicamente se sobrevaloran las nociones de eternidad. Es como si de esta forma se deslindaran de lo efímero e insustancial. Pero el precio que pagan por la eternidad es muy alto: soportar todo a cambio de que se mantengan nexos dañados e insignificantes.

En el afán por vivir momentos, hallamos relaciones insustanciales y “costumbristas”, donde no existe una verdadera lealtad, comprensión y compenetración. Las conversaciones son rutinarias, los significados de uno son invisibilizados por el otro.

El “pegamento” de las relaciones añosas es una lucha silente contra el cortoplacismo, perpetuar las relaciones es una reafirmación contra la volatilidad, el caos y la incertidumbre. Es sostenernos en un eje… aunque esté gastado y roto.

¿Por qué sobrevaloramos el “para siempre” en relaciones de pareja, amigos e incluso en contratos laborales? Porque olvidamos que nada ni nadie es inamovible, que las personas que fuimos se transformaron y nuestros paradigmas, valores y metas ya son otros. Lo mismo ocurre con los demás: la transfiguración es lo único constante en la vida.

La renuencia a aceptar la propia metamorfosis es un añoso sueño de privilegiar el “siempre” en circunstancias, relaciones y metas. Rehusarnos a aceptar cambios en vivir en un mundo cómodo, anodino y sin peligros. Es algo ya conquistado que no merece considerar variables.

La pérdida de un amigo muchas veces no es porque cambió de este plano tridimensional a otro que muchos le llamamos “cielo”. Es porque la equidistancia entre ambos se rompió. La igualdad de una circunstancia compartida ya no existe, los intereses viraron, la complicidad dejó de serlo. Se pudo infiltrar un resabio de traición o envidia o, simplemente, un día descubrimos que quien está frente a nosotros es un desconocido.

Y aún así, la nostalgia nos hace aferrarnos a ese alguien que tuvo muchos significados y sentidos para nosotros, aunque ya no los posea más, aunque en la mente sepamos que ese ser con el que compartimos ya no está aquí: Cambió.

Nos negamos a cerrar círculos, no logramos desprendernos de un fragmento de nuestra historia, desoímos lo que somos ahora y tratamos de que el “para siempre” no sea una invención. Clamamos por una permanencia que no podemos confinar ya en nuestra realidad.

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Hoy perdí una amiga. Tal vez nunca lo fue. Quiero cerrar un círculo con ella. No forzarla a una última conversación: sería infructuoso. Sólo silentemente agradecer lo que compartió conmigo y lo que vivimos. Después de esto tomar nuevos rumbos, aquilatar lo aprendido y llamar con nuevos proyectos y metas al olvido.

Respiro hondamente. Todo está bien ahora. Es momento de borrar su registro de mi memoria, de mis días y de una voz que aún no se va de mi. No todavía.

 


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