Entre la zanahoria y el garrote


Todos recordamos esas escenas de Bugs Bunny, sin duda una imagen que muchos recordarán: el personaje listo y astuto avanza mientras su adversario intenta atraparlo ofreciéndole una zanahoria… pero con la otra mano sostiene un enorme garrote, dispuesto a golpearlo en cuanto baje la guardia.
Esa metáfora, bien podría describir hoy la relación entre Estados Unidos y México en materia de seguridad, narcotráfico y cooperación binacional. Washington extiende la zanahoria de los acuerdos judiciales y la diplomacia, pero nunca suelta el garrote de la presión, las sanciones y la humillación pública.
La escena más reciente de este “cartoon” geopolítico es digna de guionistas cínicos: 17 familiares de Ovidio Guzmán —hijo de Joaquín “El Chapo” Guzmán— ingresan a Estados Unidos por la garita de San Ysidro, con maletas de lujo y más de 70 mil dólares en efectivo. Según fuentes del Departamento de Justicia, fue parte de los acuerdos de colaboración que el propio Ovidio habría pactado con la fiscalía estadounidense, tras su captura y próxima declaración de culpabilidad.
A cambio, el capo solicita lo que todo antihéroe romántico pediría: salvar a su familia y reencontrarse con su esposa e hijas.
¿Narcotráfico por amor? Parece absurdo, pero así se justifica en medios. A Bugs Bunny le daría risa.
Mientras tanto, desde México, el secretario de Seguridad federal, Omar García Harfuch, afirma que sería “lamentable” que Ovidio obtuviera beneficios luego del enorme costo humano que implicó su captura.
El “Batman región 4 esta vez no exagera: murieron agentes en esa operación. Pero lo verdaderamente lamentable no es sólo eso. Es que este mismo gobierno, cuando estaba Andrés Manuel López Obrador, liberó a Ovidio en 2019, en uno de los momentos más vergonzosos de claudicación del Estado mexicano ante el crimen organizado.
¿Qué confianza puede generar un país que atrapa y libera capos según convenga al momento?
Ahí podemos suponer que la desconfianza de Estados Unidos no es gratuita, se ha vuelto sistemática. La reciente cancelación de la visa estadounidense a Marina del Pilar Ávila, gobernadora de Baja California, sin explicación oficial, forma parte del mismo patrón: Washington envía un mensaje claro a ciertos personajes del poder mexicano, marcando distancia sin necesidad de declaraciones diplomáticas. El problema es que, mientras allá se filtran informes de la DEA y se negocian acuerdos judiciales, acá se siguen normalizando las zonas de silencio donde los cárteles gobiernan más que los funcionarios.
El caso de mi tierra, Sinaloa es la prueba. Un estado donde el narco domina en los hechos, e impone su narrativa: desde el operativo fallido del “Culiacanazo”, pasando por la liberación de Ovidio, hasta llegar a su extradición y ahora la protección legal a su familia.
El gobernador Rubén Rocha Moya, cercano al oficialismo federal, no ha sido claro ni contundente en deslindarse del poder narco. En lugar de tomar distancia, su administración parece resignada a convivir con la estructura criminal más longeva de México: la del “Mayo” Zambada, el fantasma omnipresente que, a pesar de estar recluido, sigue ahí.
Por eso la política de Trump es: zanahoria si cooperas, garrote si no te alineas. México aparece, una vez más, como el socio indeseable: útil para contener migrantes, útil para firmar acuerdos, útil para extraditar narcos… pero siempre sospechoso, siempre observado, nunca respetado.
Entonces ¿De qué sirve colaborar con EU si eso no se traduce en confianza, sino en subordinación? ¿Y cómo esperar respeto, si desde el poder en México se han cometido errores tan graves como liberar a capos, minimizar al crimen organizado y hacer del “abrazos, no balazos” una política de seguridad sin rumbo? Aun que hoy debo reconocer que la política de los abrazos, con la presidenta, se va quedando atrás.
La caricatura no es chiste. Es tragedia. Porque mientras en Washington se negocian acuerdos judiciales con criminales por razones “humanitarias”, aquí siguen cayendo soldados y policías en operativos sin respaldo, en una guerra que el gobierno federal finge que no existe.
Y mientras Trump amenaza con golpear el bolsillo de los migrantes mexicanos —con su impuesto a las remesas— el Estado mexicano parece más enfocado en mantener las formas que en recuperar el respeto.
El problema no es que EU no confíe en México. El problema es que México ha hecho demasiado poco para merecer esa confianza. Y en la guerra contra el narco, como en los viejos dibujos animados, el que no aprende a esquivar el garrote, termina siendo el payaso de su propia historia.
Tiempo al Tiempo.