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Política, conversación atávica

Política, conversación atávica

Política, conversación atávica

Temas trascendentales, los que en realidad forjan lo que somos y creemos, socialmente están vedados. Se proscriben para mantener la concordia en las reuniones, mesa, casa y lugares de trabajo. Se trata de acotarlas a un reducto ínfimo: el soliloquio, y a veces también se ahoga éste.

Pero imponer el silencio en pasiones y credos es pernicioso: acota la realidad, la desdibuja y trunca. Niega la propia comprensión, la expansión de ideas, el intercambio de puntos de vista que no sólo conforman nuestra percepción, sino que enriquecen nuestras posturas o nos ayudan a vislumbrar otras realidades.

La conversación es una herramienta de autoconocimiento, claridad, y co creador de nuestro entorno. También es uno de los principales factores de libertad. No debe restringirse. Es a través de las palabras que vislumbramos la realidad, pero también es como la conformamos.

Ninguna temática debe prohibirse. Pero en aras de la armonía existen ciertas reglas que deben seguirse para no propiciar encono ni animosidad.

En un estudio realizado en la  Kellogg School of Management de la Universidad Northwestern, se descubrió que el problema es que hay menos polarización política y más animosidad partidista. Se tiene un problema de sentimientos que se disfraza de una pelea sobre la política.

Erróneamente se asume que “el otro” nos deshumaniza en un grado mucho más alto que la realidad. El viejo truco de “divide y vencerás” enarbolado por partidos políticos e iglesias nos hace asumir que quien no comulga con nuestras filias está en el bando enemigo. Así, sin matices ni cortapisas.

Cuando vemos a nuestro oponente como un “fanático caricaturizado” tendemos a odiarlo y no a comprenderlo. Desbaratar esta imagen implica partir de un ejercicio de consciencia plena sobre algún punto en el que ambos coincidimos y con esto adentrarnos en las conversaciones con el otro.

“Ambos buscamos el bien común” es un buen punto de partida.

Un segundo factor para abordar conversaciones de política o religión es reconocer que las redes sociales distorsionan la interacción.  Quienes comentan en los foros generalmente son las personas más incívicas y fanáticas. Exacerban sus juicios en aras de un convencimiento inmediato.

Los contextos políticos o religiosos en línea en general están sobrerrepresentados. Son las mismas redes sociales las que distorsionan la forma en que percibimos a los demás. Se tiende a exagerar el estado de enojo, desencanto o malestar. No corresponden a una realidad ni las posturas ni emociones y sentimientos.

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Si tenemos esto en mente antes de conversar con un oponente a nuestros credos, se lograrán puntos de convergencia y enriquecimiento de las propias percepciones más fácil. No se trata de incrementar el grado de tolerancia. Es abrirnos a la posibilidad de respetar una visión diferente a la nuestra.

“Voy a escucharlo para conocerlo”, es el segundo punto de partida recomendado.

Bajo una perspectiva de verdadero interés por la otredad se logra una visión más rica, inclusiva y verdadera del mundo. Desarraigar los prejuicios nos permite crear narrativas de libertad donde nada se prohíbe o silencia.

Y no. Ningún tema está o debe estar vedado. Somos parte de un todo y de la libertad irrestricta.


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