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Chiapas y sus 200 años

Chiapas y sus 200 años

Chiapas y sus 200 años
¿Dónde tenía la pensadera Justo Rufino Barrios, entonces presidente de Guatemala, que en 1823 renunció al inmenso patrimonio de Chiapas? Allá él y su mala cabeza, “más mejor” para nosotros, los de acá. Kukulcán,  perdónalo porque no supo lo que hizo…
Quizá sea fácil preguntar, a la distancia, porqué su proceder.
Sin embargo, los nativos de la región, los connacionales de hoy también dijeron basta de tanta matazón y que nos gobiernen otros que ya lucharon y ya caminan por el sendero independentista.
Sin dejar reposar las razones, se firmó el Tratado Herrera- Mariscal y desde el 14 de septiembre de 1824, Chiapas es territorio nacional; tres años después de la consumación independentista iniciada en 1810.
Con todo y selvas, ríos, montañas, cañones, grutas, ranchos, gente, cultura, playas, danza, rincones para quererse, con su aromático e inmejorable café de repente ya se dibuja Chiapas dentro del cuerno de la abundancia en el México que nunca se acaba, aunque lo malgasten.
El sino de la violencia se mantiene y no muere de muerte natural, así, endenantes de los dos siglos y Chiapas aún respira impetuosa sin quitarle una pizca de belleza, romanticismo ni el amor de su gente al terruño.
Ahí están Óscar Oliva, Rosario Castellanos Jaime Sabines, Juan Bañuelos, nomás por presumir; y aún más vintage, aparecen las letras del poeta chiapaneco Xun Betan, o de Rodulfo Figueroa Esquinca.
Al tiempo que los locales se rendían a culto a Kukulcán, dios la serpiente emplumada; Itzamná, el dios del cielo; Ix Chel, la diosa maya de la luna; Ah Puch, el dios de la muerte. y Buluc Chabtan, el dios de la guerra, los catequistas españoles imponían el culto a su dios siempre crucificado.
Fueron tiempos propicios para eternizar el sincretismo de una grey a otra como mejor convenga a los espíritus en pena y así “poner a dormitar el alma para poder hablar, para poder recordar estos días, los más largos del tiempo” según Sabines.

Nomás son doscientos años y le sobra la edad a Chiapas.

A lo largo de los decenios, chiapanecos inquietos migraron a la ciudad capital para conocer nuevas culturas cosmopolitas que tardaron, por su bien, en llegar al nuevo estado federado.  Y a los migrantes tuxtleños se les denominó radicados, como a muchos otros pueblos de la nación con domicilio y propiedad privada chilanga.
En tanto, en territorio tuxtleco se cuenta que en 2016 siete de 10 habitantes pertenecen a algún grupo indígena, y donde el 75 por ciento de la población vive en condiciones de pobreza, por lo tanto, hace falta más “cuatroté” para reducir la pobreza o generar nichos productivos de la tierra generosa y lacandona.
Justo ahí, donde se armonizaron culturas elevadas, la que más, la maya -que creó nación y de pronto nostán- fue la cuna del movimiento zapatista y de la Teología de la Liberación impulsada por el luchador social y obispo, Samuel Ruiz.
En San Cristóbal, durante 40 años, don Samuel promulgó, impulsó, la reivindicación de los derechos y las luchas sociales de los indígenas.
Habrase de recordar su homilía antes de recibir los santos oleos y su pase al más allá:
“No se trata solamente de anunciar el evangelio, sino de construir una nueva comunidad donde se viva en la justicia y en la paz, con una Iglesia que tengan una opción por los pobres”.
Sin embargo, vivales de siete suelas usan las diferencias religiosas para enfrentar a los nativos con todo tipo de artilugios para despojarlos de sus tierras, fértiles, ricas en yacimientos de diversos metales, minerales y de algunos activos naturales que generan caballos de fuerza.
Pero ahí está la tenacidad de conservar las buenas costumbres, la sana convivencia y la hermandad entre chiapanecos a doscientos años de su incorporación a la República mexicana y fue el hacedor de feliz conmemoración Placido Humberto Morales Vázquez.
Llegaron de Chiapas, se juntaron los radicados en la Ciudad de México y algunos residentes pasando los Río Bravo y Suchiate, en el Teatro de la Ciudad, “Esperanza Iris”, cuyo nombre de pila fue el de María Esperanza Bofill Ferrer, una actriz, cantante y vedette tabajqueña.
Cuando las ganas se juntan hasta la tragedia que vivió Esperanza Iris se recuerda con cautela al recorrer sus pasillos, palcos, galerías y el aroma a efemérides como el de “200 años de mexicanidad chiapaneca” se impregna con sabor a la Marimba Nandayapa, la de Zeferino, el de la eterna sonrisa.
Los amorosos ahí citados, que no pueden o no saben qué hacer con sus sentimientos está vez encontraron un remanso para saciar sus deseos musicales con la voz de Carlos Macías y el piano de Daniel Herrera.
Soltaron las riendas a su caballo desbocado más cuando saben que el amor no tiene horario ni fecha en el calendario y el romanticismo cabalga en un espejismo de luz y sonido, de zapateados con vestidos multicolores y etéreos desplazamientos
El amor lo puede todo, lo sabe todo, los amorosos lo saben, sin embargo, los chiapanecos ansían ya no estar yendo y viniendo a ninguna parte porque son sus tierras, es su cultura, es su vida, son sus quereres, doscientos años y ya quieren que sus brazos dejen de ser serpientes.
Ah, Sabines, bien que los describes: los chiapanecos no pueden dormir porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la oscuridad abren los ojos y les cae en ellos el espanto. Un día los zapatistas, otros días son ellos mismos y encuentran alacranes bajo la sábana y su cama flota como sobre un lago.
Han de estar solos, como la hidra del cuentos. Salen de sus cuevas, temblorosos, hambrientos a cazar fantasmas, porque tienen más hambre que ganas de comer.
Se ríen de las gentes que lo saben todo, de las que aseguran que se amarán a perpetuidad, de las que creen en el amor como una lámpara de inagotable aceite y les quitan sus tierras. ¿Así cómo? ¿El amor ontá?
Dicen que nadie ha de resignarse porque les llega a veces un olor a tierra recién nacida, a mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas, a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Sólo quieren que les devuelvan los suspiros robados y disfrutar de su Chiapas mexicano bello y querido.
Hay que recordar que por voluntad propia formalizaron ante el Congreso mexicano su deseo de anexarse al nuevo país independiente como Estado de la Federación.
Llegaron a México puntuales para olvidarse de la violencia para que ya no les duela la vida y deshacer la idea que hasta el aire es una jaula que no les deja respirar sus tradiciones usos y costumbres milenarias con libertad como el vuelo del quetzal.
En el Teatro Esperanza Iris mil 200 espectadores recordaron que el amor al terruño está vivo y latió vigoroso frente a una sinergia cultural con los acordes melodiosos de la marimba Nandayapa, la danza multicolor y la sensibilidad del cantautor chiapaneco Carlos Macías.
En el proscenio chilango el cantautor se despidió con “Yo me quedo contigo” y “Olvidarte jamás”. Doscientos años y los que le siguen…

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