Diversidad de mentalidades, génesis del trabajo feliz.
Muchas personas disocian el trabajo de la felicidad. La narrativa popular le adjudica desazón e incluso sacrificio o acción de abnegación. Parecen olvidar que no sólo posee un valor pecuniario, sino de realización y proactividad. Incluso se le equipara al amor cuando se busca el sentido de la vida.
La persona promedio pasa aproximadamente un tercio de su vida en el trabajo, es decir, más de 90.000 horas en su vida. Por eso no sorprende que el lugar de trabajo pueda desempeñar un papel importante en la salud.
Al mismo tiempo, mejorar la salud y el bienestar de los empleados podría generar entre 3,7 y 11,7 billones de dólares en valor económico. El reto, entonces, es indagar ¿Qué incide en una mejor salud y cómo puede propiciarse desde el ámbito corporativo? Existen seis factores claves: interacción social, mentalidades y creencias, actividad productiva, estrés, seguridad económica y dormir.
Cada uno de estos factores tienen una interrelación directa con el sentido de satisfacción y bienestar en general y concretamente en el desempeño laboral. En general se toman ya medidas corporativas para asegurar tales satisfactores. Sin embargo, la diversidad en mentalidades y credos es a la que se le concede menor importancia.
Esto es un terrible contrasentido si consideramos que el valor más grande en una empresa es la aportación de conceptos e ideas de las personas que forman la organización, por una parte. Por la otra, las distintas formaciones establecen un rasgo de diversidad que enriquece las percepciones sobre un asunto en concreto, pero más aún lo logran las perspectivas distintas o la suma de idiosincrasias, credos, marcos conceptuales, valores, significados, historias…
Algunas ideas para fomentar la diversidad son eliminar sesgos en los procesos de contratación, invertir en comunicación interna, buscar ayuda de expertos, ayudar a la gente y hacer comparaciones productivas.
Un legado de la pandemia de COVID-19 fue aprender a visualizar a cada compañero de trabajo como una persona con familia, ideales y una vida más allá de sus responsabilidades laborales. Es óptica genera alta empatía y aceptación a enfoques diferentes a los prestablecidos en una organización.
Pero esta cimiente no basta. La inclusión no se limita a un manifestó corporativo, se trata de una forma de vivir la diversidad y sumar, así, concepciones diferentes del mundo mientras se multiplican posibilidades.
Generar una cultura es la congruencia entre los valores y lo que se vive consuetudinariamente. Es la correspondencia entre lo ideal y lo manifestado en la dirección y gerencias. Es resquebrajar los silos para optar por mentalidades más diversas e incluyentes que permen en cada cédula organizacional, desarraigar día a día estereotipos, eliminar los riesgos que contradecir a la alta dirección, enriquecer con las propias perspectivas la planificación y gestión de la compañía. Es asumir que cada colaborador es valioso y tiene un enorme potencial que no puede desdeñarse.